viernes, 12 de junio de 2009

Una Europa libre

El pueblo español, raza aún vigorosa pese a las camadas de amorfos votantes de ZP que contaminan su caudal genético, habló alto y claro el pasado domingo, y dos cosas dijo: que quiere a Esperanza Aguirre como cabeza de lista por el PP para las generales de 2012 y que de la farsa liberticida de Bruselas no le interesan ni las coles.

Lo primero es evidente: si pese a la crisis, las cifras de paro, la ministra que equipara el aborto con ponerse tetas, el nepotismo de Chaves, los Falcon a disposición de ZP para acercarse a la esquina a comprar tabaco (no, tabaco no, que es políticamente incorrecto: mejor la marihuana que legalizarán en breve, heroína en tetrabrik o un solomillo de esos embriones que según la Aído ni son humanos), si pese a todos los escándalos y abusos del régimen progrefascista, Rajoy no consigue sacar cuatro puntos al PSOE incluso escondiéndose tras un paladín de la libertad como Mayor Oreja, entonces, amigos míos, es que los españoles no están dispuestos a tragar el caldo insulso del marianismo ni con el país cayéndose a pedazos.

Lo segundo no es menos meridiano: esta Europa que extermina nuestras libertades con sus normativas no es la que interesa a España. Ni siquiera es la Europa que interesa a Europa, donde el euroescepticismo se propaga como sífilis entre alumnos aplicados de educación para la ciudadanía. Hay que recuperar el proyecto ilusionante de una Europa moderna bebiendo de la fuente donde nació el proyecto europeo: el Sacro Imperio Romano.

El futuro de Europa brota de sus raíces cristianas, ajena a las cuales no puede crecer. Esas mismas raíces que los burócratas bruselenses, henchidos de totalitarismo laicista, arrancaron de la constitución europea pese al justo empeño de estadistas con visión de imperio como don José María Alfredo Aznar López.

La Europa que sueñan Ernesto J. Herrera y todos los españoles de bien es una Europa abierta, sin restricciones al flujo de capitales, en la que no haya imposiciones y no se obligue, por ejemplo, a casarse a los sodomitas, sino que puedan recibir un adecuado tratamiento psiquiátrico en un sistema competitivo de sanidad privada. Una Europa libre.

jueves, 16 de abril de 2009

¡Censurado en "Irreverendos"!

Este es el texto, completo y sin cortes, de la columna que me han censurado en “Irreverendos”. No sólo la retuvieron sin publicar durante diez horas, temerosos del perjuicio que pudiera causar a su reputación de progres, sino que cuando finalmente la publicaron, cediendo a la presión popular de mis lectores, eliminaron algunos párrafos de importancia clave para la correcta comprensión de mi mensaje liberal.

Aquí está, pues, tal y como debió publicarse a las 0:00 horas de este jueves 16 de abril de 2009:

La conspiración contra Jesús

Es hora de rescatar al verdadero Jesucristo. De resucitarlo. Pues sólo Él puede salvar la democracia liberal de sus enemigos islamofascistas.

La progresía, que tiene el laicismo liberticida por artículo de fe, se solaza con burlas blasfemas. Contra Jesucristo, naturalmente, pues con Mahoma jamás se atreverán. Y aunque la Providencia los dotase súbitamente de atributos viriles no tendrían el menor deseo de zaherir al profeta de la jihad, pues comparten sus objetivos: erradicar el capitalismo, el orden y la libertad.

Son agentes del totalitarismo y, como tales, burdos, goebbelianos manipuladores de la verdad histórica. Si, como bien dictó el profesor más lúcido de Georgetown en preclara lección, España viene luchando contra Al Qaeda desde el siglo VIII de nuestra era, la conspiración de los totalitaristas anticristianos se remonta mucho más atrás. El hedor de su azufre puede rastrearse en el arte dizque sacro e incluso en las páginas de la Sagrada Biblia.

Pues han impuesto, a base de machacona insistencia en la falsedad, una imagen de Jesucristo como zafio melenudo, de barba hirsuta, que se paseaba por Jerusalén envuelto en túnicas de afeminado predicando las bondades de la mansedumbre y la pobreza. El Hijo del Hombre, un jipi primigenio.

Mateo, en verdad más traidor que Judas, quiso vender a la posteridad un Jesucristo antiglobalizador, siempre dispuesto a hacer malabares con panes y peces, repartiendo calimocho en las bodas de Caná entre perros y flautas.

¿Cómo era el auténtico Jesucristo, el Jesucristo histórico?

Imaginen a un joven de poco más de treinta años, pulcramente afeitado, de cortos cabellos negros peinados a conciencia, de modales enérgicos. Un emprendedor de firme apretón de manos. Un amigo de sus amigos. El chico por el que suspiran todas las estudiantes de Derecho. El campeón invicto de los futbolines. Un empresario. Un triunfador. Un visionario que heredó la mustia carpintería paterna y levantó sobre ella un imperio multinacional de la madera.

Por eso, no por consolar a los sumisos, murió en la cruz: por el proteccionismo antiglobalizador de los romanos, incapaces de comprender, como paganos politeístas, las virtudes de la mano invisible del mercado.

En el nombre de la “laicidad” y el “pluralismo” los progres totalitaristas terminarán regalando la Alhambra a Al Qaeda y consentirán en suelo español la lapidación y la ablación del clítoris (operación que, como las de cambio de sexo, cubrirá la Seguridad Social de la Andalucía chavista).

Por nuestra libertad, es hora de recuperar las tradiciones democráticas del catolicismo. Un discípulo de Jesús no puede consentir la barbarie de la lapidación o la mutilación genital de las mujeres, por adúlteras que sean. En tales casos, la Iglesia ha sabido siempre mostrar misericordia enviándolas directamente a la hoguera.

sábado, 23 de agosto de 2008

Primera columna en Irreverendos: "Hacer del totalitarismo virtud"

No se feliciten en demasía por mi presencia en este mentidero virtual los amigos de la libertad y de ese puñado de sangrientos jirones de mapa al que algunos sentimentales nos obstinamos en seguir llamando España.
La colaboración regular que emprendo a partir de esta semana no es producto de convicción pluralista alguna por parte de los irresponsables de Irreverendos, sino que se debe a una campaña de acoso liberticida contra la persona de Ernesto J. Herrera y, por extensión, contra España, la libertad de expresión y crítica, el espíritu de la Transición Democrática, las víctimas del terrorismo, la familia cristiana (vale decir, la familia, sin más), la lengua castellana, la bandera constitucional y la gomina de marca.
Hace aproximadamente dos años recalé accidentalmente en las orillas totalitarias de esta república bananera de las letras y los monigotes. Buscaba imágenes edificantes de Nuestro Redentor cubierto de llagas purulentas para ilustrar la portada del CD-remix de pasos procesionales de Semana Santa con que pretendía obsequiar por su onomástica a mi sobrinita de dos años.
Lamentablemente, esa herramienta al servicio del comunismo chino que responde al nombre de Google me dirigió a un chiste de pésimo gusto en el que se representaba al Mesías descargando música de Internet. Esto, de suyo, sería positivo pues sin duda Nuestro Señor Jesucristo aborrece a los titiriteros zapateristas de la SGAE y nada le causaría más placer que grabar en su MP3 personal la oda a Francisco Franco de Víctor Manuel sin pagar un duro al susodicho trovador genocida.
Lo repugnante era el propio retrato del Redentor, radicalmente ofensivo para el creyente: limpio, aseado, cubierto por una aséptica túnica azul, sin cuervos picoteando sus globos oculares cual uvas preñadas de zumo escarlata, sin una sola pústula ulcerosa que echarse a la boca, aquel Jesucristo parecía más un treintañero enrollado en trance de prepararse su Colacao matutino que el Hijo de Dios dispuesto para un martirio de espinas, puntas de lanza y látigos de cuero.
Continué navegando por los archivos de la publicación virtual que albergaba la blasfemia: no encontré más que propaganda islamofascista, pues evidentemente toda mofa a costa del catolicismo redunda en beneficio de la Jihad. Cedí a la tentación de escribir algún comentario, intentando dar voz a la razón ilustrada y a la democracia. Tales son las causas por las que siempre ha luchado Ernesto J. Herrera.
De inmediato, la maquinaria del totalitarismo se puso en marcha, desbordando una cascada de comentarios de venenoso fundamentalismo progre que se empeñaban en llevarme la contraria y me exigían, a mí, a Ernesto J. Herrera, que argumentase mi punto de vista, como si no bastara con señalar la evidencia de que todo aquel que discute conmigo demuestra, por el mero hecho de hacerlo, la estupidez esencial que impregna su espíritu.
Hastiado de tanto dogmatismo, hice llegar mi protesta a la dirección de Irreverendos. Considerando que ocasionalmente han tenido el acierto de mofarse de ZP, pensé que tal vez había lugar para la esperanza. Craso error, indigno de la sensatez que siempre ha caracterizado a Ernesto J. Herrera: pese a que les escribí más de un centenar de e-mails razonables y ponderados, señalando que si no procedían a borrar de inmediato los comentarios que me contradecían sufrirían todos los tormentos de los siete círculos del infierno, ellos me acosaron con implacable celo comunista invitándome a escribir mi propia sección regular en su revista digital.
Sépanlo pues, mis compañeros en la lucha por la libertad: así proceden los totalitarios de hoy. No sólo se niegan a escribir lo que les exigimos los demócratas, sino que nos obligan a escribirlo nosotros mismos.
Pero si Ernesto J. Herrera ha de ser el Soljenitsin de esta dictadura silenciosa a que nos ha abocado el cambio de régimen zapaterista es porque Dios lo ha querido. Y cuando Dios pide por esa boca, Ernesto J. Herrera cumple como un campeón. Hice lo que haría cualquier liberal: besé el relicario donde conservo el clítoris incorrupto de Santa Ungulina de las Miasmas y me puse manos a la obra.