sábado, 23 de agosto de 2008

Primera columna en Irreverendos: "Hacer del totalitarismo virtud"

No se feliciten en demasía por mi presencia en este mentidero virtual los amigos de la libertad y de ese puñado de sangrientos jirones de mapa al que algunos sentimentales nos obstinamos en seguir llamando España.
La colaboración regular que emprendo a partir de esta semana no es producto de convicción pluralista alguna por parte de los irresponsables de Irreverendos, sino que se debe a una campaña de acoso liberticida contra la persona de Ernesto J. Herrera y, por extensión, contra España, la libertad de expresión y crítica, el espíritu de la Transición Democrática, las víctimas del terrorismo, la familia cristiana (vale decir, la familia, sin más), la lengua castellana, la bandera constitucional y la gomina de marca.
Hace aproximadamente dos años recalé accidentalmente en las orillas totalitarias de esta república bananera de las letras y los monigotes. Buscaba imágenes edificantes de Nuestro Redentor cubierto de llagas purulentas para ilustrar la portada del CD-remix de pasos procesionales de Semana Santa con que pretendía obsequiar por su onomástica a mi sobrinita de dos años.
Lamentablemente, esa herramienta al servicio del comunismo chino que responde al nombre de Google me dirigió a un chiste de pésimo gusto en el que se representaba al Mesías descargando música de Internet. Esto, de suyo, sería positivo pues sin duda Nuestro Señor Jesucristo aborrece a los titiriteros zapateristas de la SGAE y nada le causaría más placer que grabar en su MP3 personal la oda a Francisco Franco de Víctor Manuel sin pagar un duro al susodicho trovador genocida.
Lo repugnante era el propio retrato del Redentor, radicalmente ofensivo para el creyente: limpio, aseado, cubierto por una aséptica túnica azul, sin cuervos picoteando sus globos oculares cual uvas preñadas de zumo escarlata, sin una sola pústula ulcerosa que echarse a la boca, aquel Jesucristo parecía más un treintañero enrollado en trance de prepararse su Colacao matutino que el Hijo de Dios dispuesto para un martirio de espinas, puntas de lanza y látigos de cuero.
Continué navegando por los archivos de la publicación virtual que albergaba la blasfemia: no encontré más que propaganda islamofascista, pues evidentemente toda mofa a costa del catolicismo redunda en beneficio de la Jihad. Cedí a la tentación de escribir algún comentario, intentando dar voz a la razón ilustrada y a la democracia. Tales son las causas por las que siempre ha luchado Ernesto J. Herrera.
De inmediato, la maquinaria del totalitarismo se puso en marcha, desbordando una cascada de comentarios de venenoso fundamentalismo progre que se empeñaban en llevarme la contraria y me exigían, a mí, a Ernesto J. Herrera, que argumentase mi punto de vista, como si no bastara con señalar la evidencia de que todo aquel que discute conmigo demuestra, por el mero hecho de hacerlo, la estupidez esencial que impregna su espíritu.
Hastiado de tanto dogmatismo, hice llegar mi protesta a la dirección de Irreverendos. Considerando que ocasionalmente han tenido el acierto de mofarse de ZP, pensé que tal vez había lugar para la esperanza. Craso error, indigno de la sensatez que siempre ha caracterizado a Ernesto J. Herrera: pese a que les escribí más de un centenar de e-mails razonables y ponderados, señalando que si no procedían a borrar de inmediato los comentarios que me contradecían sufrirían todos los tormentos de los siete círculos del infierno, ellos me acosaron con implacable celo comunista invitándome a escribir mi propia sección regular en su revista digital.
Sépanlo pues, mis compañeros en la lucha por la libertad: así proceden los totalitarios de hoy. No sólo se niegan a escribir lo que les exigimos los demócratas, sino que nos obligan a escribirlo nosotros mismos.
Pero si Ernesto J. Herrera ha de ser el Soljenitsin de esta dictadura silenciosa a que nos ha abocado el cambio de régimen zapaterista es porque Dios lo ha querido. Y cuando Dios pide por esa boca, Ernesto J. Herrera cumple como un campeón. Hice lo que haría cualquier liberal: besé el relicario donde conservo el clítoris incorrupto de Santa Ungulina de las Miasmas y me puse manos a la obra.